Cantos y bailes entre el Covid 19 del Puerto, dedicado a Liliana Melo de Sada



Solo las palmeras a la salida del puerto se meneaban con el viento y decían adiós. Ellas sabían. Sabían lo que habíamos vivido mi hija, la amiga y yo, y otras tres amigas más, cuatro días de los más felices de mi vida. Junto al mar del Pacífico pensando en aquel otro mar del Caribe y también en aquellos días de la infancia que decían adiós. Estos y los de antes habían herido mi corazón para partirlo en nostalgia y alegría siempre y para siempre. Gracias querida Liliana. 

Era la Bahía limpia, descansada, arenas desnudas, un monte y la Mar. Las olas y a lo lejos el horizonte de un azul más claro. Nunca, nunca dejé de pensar en los que tienen menos. Menos espacio. Mi cuarto y el de Emilia es muy grande, el baño también. La tragedia de Acapulco: Covid 19 agravó la alta mortalidad que desató el narco. La saturación en servicios hospitalarios y funerarios antes, antes de que llegara la viruela por la violencia de los narcos. 


991 casos positivos y 77 defunciones. Lo sabemos. Pero no querían lágrimas sino alegrías. Los muertos nos veían desde las nubes de Acapulco, quizás las más bellas del Universo después de las de Cuba. Quieren risas, cantos, bailes, de día, de noche, hasta ahogar toda tristeza…Yo veré tormento y amor, yo y tú, tú y yo. 

Detén, agua, tu prisa, porque en tanto te ciegue el ojo y te estrangule el canto, dictar debieras a la muerte zonas…Seré tu héroe de amor, de amor, de amor. Miguel Bosé, José Gorostiza. 

Tuvimos que sonreír y ser felices. Cantando Felipe y Lorenia, cantando y tomando y bailando y amando. Yo seré el viento que navegaré, tú la marea que arrastra a los dos, yo y tú, tú y yo. Amante bandido y tequila Alacrán. Federico escuchó con atención. Y Volver, volver, volver… a tus brazos otra vez. Ay Emilia, no sabía que cantabas. Bailes y anillos de perlas. Liliana y Emilia, Cata y Lorenia, bailen, bailen la noche. Canten el día. Comida cubana de puerco y congrí, de mousse de guayaba, de la niña Ginger con el pelo verde y Lilianita orgullosa.


Esteban el diseñador de modas contó las historias de su madre, cuando llegó al Paraíso en 1937 y solo había un pueblo dormido. La Revolución y Zapata habían hecho de Chilpancingo la Capital durante un año. Todos aquellos Planes de aquello y lo otro eran nuevos. La Cena de Gala cuando tomaron el Fuerte de San Diego fue en la Cocina que hoy es museo. Mucha historia la de Acapulco. Desde allí a las Filipinas y la India, China, más tarde Japón y luego el Canal de Panamá, empezaba desde el Puerto. Durante 300 años todo pasaba por ahí, luego La Revolución. Después se convirtió en un pueblo pescador, llegó la mamá de Esteban. Ella era francesa, estaba estudiando en Nueva York y su abuela le regaló un viaje. Cruzó Estados Unidos y después de tiempo en la carretera llegó a Monterrey. Más civilizado que Texas y Oklahoma. 

Edith Collière se llamaba ella. Se hospedó en el Hotel Ancira y en vez de quedarse las dos semanas pensadas, fueron ocho años. Conoció a Leo Matiz, el famoso fotógrafo, se enamoró y se casó. José Clemente Orozco y Dolores del Río fueron los padrinos de Esteban. México país fascinante. Edith vivió enfrente de La Quebrada, era socialista y casi comunista en los años treinta. Hablaba con lancheros e indígenas. Ayudó a formar el Sindicato de los Clavadistas. Había solo dos hoteles en el Zócalo, 6000 personas. Que gusto estar con mi viejo amigo de hace tantos años, Esteban, hijo de Leo Matiz. 

Juanito el chef, los ceviches peruanos de pulpo y las berenjenas rellenas de espinacas y nopales. Ginger y Julián presentes, jugando con cuatro abuelos de noche hasta las 12. Vajillas de caracoles y langostas, manteles desteñidos de corales, vasitos de tequila que contaban la historia de un pueblo autóctono. Lilianita con su caftán negro y anteojos blancos de sol, Esteban con camisa blanca y negra y Emilia toda de blanco. Felipe y Susana ambos de negro. El Nenúfar y el Jacinto en ese estanque. La Mar en el horizonte.


En la Costera no aparecía nadie, nadie. Arenas blancas, edificios despoblados y casitas en el monte, luego la montaña y el cielo de Guerrero. Dos palmeras en nuestro jardín, flores color lila en el abrevadero alegran el amanecer y el camino. Las brisas del árbol encorvado, de un lado, del otro lado. Cantando, bailando. Prevalece el amor, amor en casa, en un campo minado de amor. Otro atardecer en Tres Vidas. Arenas sin límites, mar para siempre, olas que rugen un sonido primero y otro poco después. El bohío en la playa y las palmeras, cuyos cabellos rubios son coro del vuelo de cien gaviotas. 

Bajaban las gaviotas a su lugar en el rebaño. Las recibe el gran tronco, cobija y ofrece hogar. Volaron las gaviotas hacia olas rompientes dónde viven los cangrejos. Cuevas hondas. Castillo de arena en ruinas. ¿A dónde vas? Caminando, caminando en la playa. Soy muy feliz. Paso al lado del tronco viejo que parece marino quemado por el sol. Ramas nacen del campo en geometría perfecta. Ella en bikini negro camina con móvil en mano y gorra negra. Un niño olvidó su pelota. ¡A la mar, a la mar! Como grito Zapatista en los ejidos de Echeverría.  


Ramas caminan por la playa como escorpiones o langostas. Pistas de algún jeep que limpió las arenas. Paloma negra. Ola. Entra, sale. Viene, vuelve. Rompe, forma. Gaviotas vuelan, vuelan, cantan, cantan; sobre olas del Pacífico. Sobre la Mar y hacia el cielo, arriba de nosotros, del Edén, de los caftánes amarillos y azules, de las risas y carcajadas, de la alegría y la vida. Volvemos al gran pez de plata y brillantes, en aquella casa embrujada de platillos de oro y coral que ondulan en el viento. De noches estrelladas como diamantes y atardeceres rojos tal el fuego que hubimos de salvar. En una mañana de verano, eres tú, el fuego de mi hoguera… 

La cascada de agua en Karibú. Los aqua-aeróbicos de cada día con Ruby la bailarina. Un día se quedó en Acapulco, ahí se casó y tuvo un hijo, Ahí. 


De vuelta en la gran Ciudad hace frío. Tachito me recibe, mueve la cola, mi gran amigo. Solo pensaba en mí, 4 días solo pensando en mí, y yo, yo andaba por otras tierras hermosas viendo luz de amaneceres primeros. Cantando, bailando. Aunque abandoné a mi Tachito, él nunca, nunca a mí. Sintió un dolor por mi partida y un gran estallido en cuanto vio que regresaba. 

Coronavirus en la Ciudad de México: hay 10 mil 167 defunciones y 93 mil 435 casos de coronavirus, un aumento de 237 muertes y 2 mil 771 casos positivos, según el periódico Milenio del domingo 1ro de junio. El Valle de México es la que gana en enfermedad, y la mayoría confirmados en la Ciudad de México, le siguen el Estado de México, Baja California, Tabasco y Sinaloa. Entre los casos el 55% son hombres y el 44% mujeres, las edades: entre 30 y 54 años, así que no son los viejitos como hubiéramos pensado. Se mueren más hombres que mujeres, somos el sexo fuerte. Entre los que nos dejan hay ya cuadros de hipertensión, diabetes, obesidad, o tabaquismo.

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